lunes, 23 de agosto de 2010

¡ANDA QUILLA!




Un atardecer de junio mientras languidecen las margaritas con los últimos rayos de sol, dos adolescentes, Meli y Merche, charlan de sus otras amigas, se pintorrean la cara, sacan ropa del armario y se la prueban frente al espejo, ponen posturas exageradas de modelos de pasarela. Bailan a ritmo del Canto del Loco, y mandan y reciben mensajes en sus móviles.
–Anda Quilla, ¿no tendrás un bollycao por ahí?-pregunta sin dejar de mirar la pantalla de su móvil.
–¡Qué te crees, Merche!, ¡que soy un supermercado!
–¡Venga, Meli!, ¿lo tienes o no?
Meli sale de su dormitorio y al instante vuelve con dos bollycaos.
–Ten, y no me vayas a pedir nada más. Que por tú culpa éste va a ser el segundo bollycao que me coma hoy.
–¿Se puede saber que mosca te ha picado? Llevas una semanita de lo más gilipollas conmigo.
–Es que estoy preocupá -dice y se sienta en su cama al lado de Merche.
–Y se puede saber que te ronda por esa cabeza de mosquita.
–Una pregunta.
–¿Sólo eso?
–Es que es grave.
–¡Qué exagerada eres! A ver, ¿Qué te pasa?
–Bueno… Esto… ¿tú crees que si se la chupas a un tío te quedas embarazada?
–¿Cómo?
–Pues eso, que si te quedas.
–Meli, ¿no me digas que tú…?
No hizo falta que respondiera. El sonrojo de su cara lo confirmó. Meli de pronto recordó aquella noche. Estaban Nacho y ella en la playa, sentados junto a unas rocas, se besaban y se acariciaban. Entonces entre gemidos de placer Nacho se lo pidió. Ella sintió una mezcla de deseo, pudor y curiosidad. Nunca había llegado hasta tan lejos con él ni con nadie. Pero quería complacer a Nacho. Además, pensó que si no lo hacía, a lo mejor dejaba de quererla o le daba a entender que no le quería lo suficiente. Así que lo hizo. Le dieron arcadas, se sintió fatal, pero no le dijo nada a Nacho. Temía que se riera de ella.
–¿Meli?, ¿te encuentras bien?- preguntó Merche al ver a su amiga llorosa.
–Es que hay otra cosa- confesó entre sollozos.
–¿Qué cosa?
–Pues que se corrió dentro.
–¿Cómo que dentro?
–Si. En mi boca.
–¡Qué fuerte, tía!
–Entonces ¿Estoy embarazada?
–Y ¡yo qué sé, Meli!
–Mira, Merche, le he estado dando vueltas a la cosa y he pensado que podría llamar a ese número que dice la tele que hay para preguntar sobre sexo.
–Claro y cuando te pidan tu nombre y tu edad ¿qué les vas a decir?
–Yo tenía pensado mentirles, o sea, les diré que tengo quince años, ¿qué te parece?
–No sé… No sé… No me fío y ¿si lo preguntamos en Internet, en un chat?
–Oye, pues no es mala idea.
–¿Cuánto tiempo hace?
–¿De qué?
–Anda quilla, de qué va a ser… ya sabes…
–¡Ah!, hace dos semanas- dice y de pronto se pone pálida.
–¿Qué te pasa, Meli?
–No sé, creo que el bollycao me ha sentado mal- y se masajea la barriga- Por cierto, Merche, tú esto ni mu a nadie, ni mensajes ni nada de nada, que te conozco.
–Meli, ¡a qué me enfado!
–Está bien. Salgo un momento al baño y luego seguimos hablando.
Merche aprovechando que se ha quedado sola, coge el móvil y comienza a enviar mensajes a todo el mundo. De pronto oye gritar a Meli y sale corriendo de la habitación.
-¿Meli, qué te pasa?, ¡ábreme y no me asustes!- dice aporreando la puerta del cuarto de baño.
–¡Qué alegría!, ¡qué alegría, Merche!- grita abriendo la puerta y mostrando como si fuese un trofeo un trocito de papel con una manchita roja- ¡que no, Merche!, ¡que no estoy embarazá!
–Por los pelos Meli, por los pelos te has salvao.

martes, 10 de agosto de 2010

TIRATE UN FAROL




Mariano y yo apuramos la última copa de la noche. El puticlub a estas horas de la madrugada a penas tiene clientes, bueno, estamos nosotros dos, pero como si no lo fuéramos. Ya hemos consumido la carne fresca de la Sobiética y la metralla ya no está para tirar más petardos.

Uno tiene que ser consciente de su edad y saber que ya está bajo mínimos, y debe de esperar unos diítas para poder volver a la carga. Y el que diga lo contrario es que se está tirando un farol.

Como el que me acaba de relatar Mariano. Mira que presumir de que se ha ligado a Cifuentes, nada menos que Cifuentes, nuestra jefa de personal. Con lo buena que está la Jefa, y Mariano me acaba de confesar tras ocho güisquis que hace dos noches se la tiró, y encima en el apartamento de ella, vamos, como si fuera tan fácil ligarse a la jefa, y nada menos que ella sea la que te invite a su apartamento.

Si no hay más que mirarte Mariano, con esa calva, esos ojos de sapo, esa papada y esa barriga fofa de piel mortecina; esa lengua babosa y esa nariz gorda y enrojecida, ¿Qué tía va a querer ligar contigo, si no es previo pago? Y ni aún, que cuando vamos de putas como hoy, hasta ellas te dan largas y siempre te tienes que conformar con la más fea.

-Te lo juro, Paco, palabrita del niño Jesús, que me tiré a la Cifuentes. Bueno, rectifico, fue ella la que me ligó. El viernes pasado se me puso insinuante, como te lo digo, estaba yo haciendo unas fotocopias y ella se me pone a un lado, me sonríe, me enseña esa boquita de piñones, me habla, ¿entiendes?, ¡me habla!, no me ordena, ni me insulta, ni me dice lo que debo o no debo hacer..., y cómo, dónde y cuándo quiere esto o aquello, ¡no!, me habla de tú a tú, como dos colegas, como dos amigos, y me suelta un rollo de las cosas que le gusta y que no le gustan, y me roza el brazo y el muslo, y me pone una mano en el hombro, y siento sus pechos duros en mi brazo…, y a mí que comenzaron a darme los siete ataques, y sobre todo un calentón que intenté simular, porque claro, es la jefa, y yo no sabía en esos momentos si agarrarla por la cintura, pegarla a la fotocopiadora y meterle mano a ese par de tetas gordas, o pedir disculpas y salir de allí cuanto antes…, en esas me debatía cuando Cifuentes me propuso ir a su apartamento por la tarde, pues quería que yo le revisara unos expedientes que eran de suma importancia, que no tenía tiempo en la oficina para ello, y me necesitaba, ¿me oyes?, ¡me necesitaba! Y dijo estas últimas palabras la mar de despacito en mi oído. ¿Qué hubieses hecho tú en mi lugar?, pues asentir como yo hice y cagarme en mis muertos, porque de seguro si la cosa salía mal al día siguiente tendría en mi mesa el finiquito. Como te digo, hace dos tardes, me puse mis mejores galas, me afeité y me perfumé. Le llevé un ramo de flores, no de rosas rojas, no fuera que yo hubiese entendido mal el mensaje y me diera con la puerta en las narices, sin haberle si quiera catado el sabor de sus labios. Estaba yo hecho un flan cuando ella abrió la puerta. ¡No te lo vas a creer!, iba con una camiseta ajustadísima, que señalaban sus pezones tiesos y unos pantalones vaqueros cortitos, pero cortitos, zapatillas blancas y una coleta recogida con un lazo blanco…. Me regaló una sonrisa de las que quitan el sentido de todas las partes del cuerpo excepto la que tú ya sabes… Me llevó al salón, y sobre la mesa no había ni papeles, ni expedientes..., había una pequeña fuente de cristal llena de fresas con nata, una botella de güisqui y dos copas… Comimos, bebimos, reímos y bailamos lentos. Ella de pronto me besó, hurgó en mi boca, como buscando algo, y debió de hallarlo porque al instante metió mano a mi bragueta y ya no paramos de besarnos, mordernos y acariciarnos hasta las cinco de la mañana, que me despidió toda desmadejada y borracha… Lo demás ya lo sabes…
Yo sonrío, miro a mi amigo a la cara y digo:
-¡Anda, Mariano, tírate otro farol, que el de la jefa que se tira al subalterno está ya muy manido!